viernes, 6 de abril de 2012

La "ciudad" de Cortázar



"No podía darse cuenta de que de alguna manera se había pasado de mi lado, estaba por dentro de eso que hasta ahora me había ayudado a soportar con su cariño desenvuelto y libre; ahora era como una cómplice y yo empezaba a sentir que ya no podría hablarle de Hélène como hasta entonces, confiarle amistosamente mi tristeza de Hélène. Se lo dije mientras me afeitaba junto a la ventana y ella me miraba desde la cama, desnuda y hermosa como solamente Tell a las nueve de la mañana.

 

-Ya lo sé, Juan, no tiene ninguna importancia. Me parece que te has cortado la mejilla. La ciudad es de todos, ¿no? Alguna vez me podía tocar a mí conocerla por algo más que tus relatos, las noticias de mi paredro, algún vago paseo. No veo por qué ha de cambiarnos. Siempre le podrás hablar de Hélène a tu nórdica vehemente, you know.
-Sí, pero tú eres otra cosa, una especie de refugio o de cajita con vendas para primeros auxilios, si me permites el símil ("Me encanta", dijo Tell), y de pronto estás tan cerca, has andado en la ciudad al mismo tiempo que yo, y aunque parezca absurdo eso te distancia, te vuelve parte activa, estás del lado de la lastimadura, no del vendaje.
-Lo siento mucho -dijo Tell-, pero la ciudad es así, uno entra y sale de ella sin pedir permiso y sin que se lo pidan. Siempre fue así, me parece. Y la cajita con vendas la estás necesitando de veras, te vas a manchar el piyama.

-Sí, querida. Pero ya ves, yo buscaba a Hélène y tú viste a Nicole. 

-Ah -dijo Tell-. Y tú piensas que yo he visto a Nicole porque me gustaría que la buscaras a ella y no a Hélène.

-Por Dios, no -dijo Juan secándose la cara y maniobrando con algodones y alcohol-. Pero ya ves que tú misma sientes la diferencia, le das a nuestra coincidencia en la ciudad una especie de valor moral, estableces posibles preferencias. Tú y yo estábamos en otro plano, éste. 

Su mano tendida abarcaba la cama, el cuarto, la ventana, el día, Nueva Delhi, Buenos Aires, Ginebra."


62/Modelo para armar, Julio Cortázar


No dejo de ver a la Maga en Tell y a ratos en Hélène, a Horacio en Juan. Y no dejo de ver un poco de mí en todos ellos. No es la forma más fácil de vivir, pero es una forma. He llegado a la mitad de "62/Modelo para armar" y apenas empiezo a entender de qué habla Cortázar cuando habla de la ciudad, aunque todavía se me escapan elementos tan repetidos como "las altas aceras". Cuando termine el libro encontraré otros significados; cuando lo vuelva a empezar, todo habrá dado la vuelta. Una novela que parte de un capítulo de Rayuela no puede ser menos. Siempre llevo Rayuela encima, duerme en mi mesilla y la he devorado las maneras propuestas por su autor y otras tantas inventadas. Siempre vuelve a ser algo nuevo, como un enamoramiento incipiente por no sé quién y no sé qué, y al mismo tiempo una especie de refugio al que acudo cuando me duele el mundo. Y también una especie de empuje cuando quiero escribir y no encuentro la manera de empezar. Abro Rayuela y descubro que es tan fácil como coger un boli o un lápiz con punta. 

El final del capítulo 62 de Rayuela es el adelanto a la locura que se desata en "62/Modelo para armar":

"Si escribiera ese libro, las conductas standard (incluso las más insólitas) serían inexplicables con el instrumental psicológico al uso. Los actores parecerían insanos o totalmente idiotas. No que se mostraran icapaces de los challenge and response corrientes: amor, celos, piedad y así sucesivamente, sino que en ellos algo que el homo sapiens guarda en lo subliminal se abriría penosamente un camino como si un tercer ojo parpadeara penosamente debajo del hueso frontal. Todo sería como una inquietud, un desasosiego, un desarraigo continuo, un territorio donde la casualidad psicológica cedería desconcertada, y esos fantoches se destrozarían o se amarían o se reconocerían sin sospechar demasiado que la vida trata de cambiar la clave en y a través y por ellos, que una tentativa apenas concebible nace en el hombre como en otro tiempo fueron naciendo la clave-razón, la clave-sentimiento, la clave-pragmatismo. Que a cada sucesiva derrota hay un acercamiento a la mutación final, y que el hombre no es sino que busca ser, proyecta ser, manoteando entre palabras y conducta y alegría salpicada de sangre y otras retóricas como ésta". 

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