viernes, 2 de noviembre de 2012

Nacer en sueños

Ilustración: Iván Hojas
Soñé que volvía a nacer. Mi madre estaba embarazada de mí y era yo misma quien le iba a ayudar a dar a luz, pero, por alguna razón no explicada en el guión, si es que lo había, yo desaparecía y, a la vuelta, ya estaba ahí: sentada junto a mi madre, vestida, limpita, sonriente, más niña que bebé, más muñeca que niña, con los ojos como platos y la boca llena de dientes. 

Era, más que un nacimiento, una inexplicable reencarnación entre dos seres vivos (en sueños todo vale). Era consciente de que esa niña iba a adoptar lo que todavía quería conservar de mí misma y, el resto, ya nos encargaríamos de desecharlo juntas a nuestra manera: ella fue más práctica (había dejado de ser piscis para ser escorpio) e hizo sus necesidades sobre mí, pero no me importó, no porque fuese un bebé o porque fuese yo misma, sino porque los niños que nacen limpios y vestidos, ya vienen con el pañal puesto. Eso es así.

Cogí en brazos a la niña que era yo pero que no se parecía a mí salvo por los ojos, la llevé a todos los lugares habitables de mi mundo onírico, la mostré a todos con orgullo materno usurpado; también a mi abuelo, a quien tanto eché de menos ayer. Él sonreía porque no tengo un recuerdo suyo en el que no lo hiciese y la niña y yo correspondíamos. Habíamos roto la barrera del tiempo, de la vida y la muerte: éramos héroes sonrientes. En el momento en el que más feliz era con mi nueva doble vida, me despertó el estridente sonido del interfono. "Qui ets?". Eso me pregunté yo. 


No, no es un relato: es el sueño más bonito de mi vida y lo he vivido esta mañana.

1 comentario:

  1. El sueño es el vehículo primigenio de nuestras personas, nuestros deseos e inquietudes, porque antes de comunicarnos con el mundo aprendemos a comunicarnos con nosotros mismos.

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