martes, 6 de noviembre de 2012

Tiempo de vida, tiempo de muerte

Ilustración: David Burk
Alguien escribió (me bailan en la memoria Roth, Auster y Coetzee) algo así como que los hijos empiezan su vida queriendo a sus padres, más tarde los juzgan y, a veces, los perdonan. La búsqueda de una explicación a la prolongación de este enjuiciamiento adolescente de Marcos Giralt Torrente en su rol de hijo es la razón de ser de Tiempo de vida (Premio Nacional de Narrativa 2011), una novela que me ha perseguido desde que llegué a Barcelona. Me encantan las historias que hablan de padres e hijos, de esa curiosa, a veces compleja, relación. Por eso lloro tanto con las películas de Clint Eastwood y por eso Tiempo de vida tenía que acabar anudándome la garganta. Sí, es comparable, porque "todas las historias de padres e hijos están inconclusas, todas se parecen."
Giralt Torrente se debate entre qué contar y qué callar, no sin antes buscar justificaciones al hecho de retratar a su propio padre en una novela: se encontraba en pleno estancamiento literario, con una novela recientemente abandonada y otra descartada; narrar la realidad era la excusa para retomar el hábito de la escritura; pero, sobre todo y a pesar de todo, estaba convencido de que era una historia feliz. Tiempo de vida no es un relato exhibicionista, no es un retrato heroico ni una venganza; no es ni más ni menos que un intento por comprender la relación entre padre e hijo desde que fuera diagnosticada la enfermedad del padre y, en palabras del autor, "un homenaje de amor", al mismo tiempo que una forma de compartir el duelo. Cuando, al fin se decide, nos cuenta la historia con elegante sutileza: "Hay lugares que desconozco y lugares a los que no quiero llegar. No todo puedo contarlo. No todo quiero contarlo. Mi vista tiene que ser de pájaro. Intento abrir una ventana; enseñar una porción de nuestra vida, no la totalidad."

La historia de Giralt Torrente es la de cualquiera. Es difícil no desviar la atención de la novela y recordar anécdotas vividas, recuerdos de una infancia más o menos lejana, porque en Tiempo de vida no sólo se dibuja la relación de Giralt Torrente con su padre, también se esboza la relación de cualquier hijo con cualquier padre. Y, de paso, es una aproximación al final de la vida que nos recuerda que la muerte del padre acerca al hijo a la muerte, a preguntarse acerca de la vida:
"Una vida, aunque frágil y efímera, es tan singular que resulta sorprendente que sea producto de un coito. El contraste entre la azarosa trivialidad con la que dos cuerpos se unen y lo que la vida a que puede dar lugar esa unión significará para quien la posea, me obsesionó durante una época. [...] ¿Por qué se unieron los cuerpos de nuestros padres ese día determinado a esa hora? A lo mejor fue la consecuencia de salir a cenar y beber alcohol, a lo mejor estaban en el campo y fue el colofón a un paseo de verano, a lo mejor se habían peleado y se reconciliaron así. ¿Pero qué habría pasado si no hubieran salido a cenar, si no se hubieran enfadado, si esa noche no se hubieran acostado? En la tremenda futilidad de esas preguntas veía condensada, más que en ninguna otra paradoja, la tragedia de la condición humana, su azarosa condición."

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