domingo, 25 de noviembre de 2007

El diablo se queda sin descendencia legal


Ottomar Rodolphe Vlad Draculea, último descendiente legal del sanguinario Vlad Tepes, ha fallecido a los 67 años a causa de un tumor cerebral en Königs Wusterhausen, Berlín. La princesa Ekaterina Olympia Kretzulesco, descendiente directa de una rama de Vlad “El Empalador”, el auténtico Drácula, adoptó a Ottomar por tener “cara de rumano”, según él mismo afirmaba. Organizaba visitas por su palacio mientras relataba la leyenda de Drácula. A la puerta poseía un restaurante medieval y organizaba conciertros. Ottomar, que ocupaba un escaño de concejal por el Partido Liberal, declaró la independencia de su aldea y creó su bandera en 2002 ante un intento de expropiación. Oti, el hijo de Ottomar será el heredero de Drácula, con el que tampoco comparte ni una gota de sangre.    

Una herencia teñida de sangre ajena

Héroe nacional, según historiadores rumanos, y garante de la maldad suprema, para otros, Vlad III, más conocido como Vlad Tepes (que en rumano significa “empalador”), nació en Singhisoara (Bucarest) en 1428. Hijo de Vlad Dracul (caballero de la Orden del Dragón), Vlad luchó por la independencia de su país y por el cristianismo con una crueldad desmesurada haciendo honor a su nombre (“dracul” se traduce como “diablo” y la terminación “-ulea” como “hijo de”, por lo que Draculea sería “hijo del diablo”. También puede significar “dragón” pero, puesto que en la mitología rumana no existían los dragones, se ha descartado esta posibilidad). Su abuelo, Mircea el Grande, había sido soberano de Velaquia, trono que se estaba viendo amenazado por turcos y húngaros. Pero la amenaza no sólo era externa ya que, algunos nobles de Velaquia luchaban entre ellos por ostentar el poder. El padre de Vlad pronto fue asesinado por Iancu de Hunedoara, lo que hizo que Vlad apoyase a los turcos. Poco a poco fue marcando distancia con éstos y acercándose estratégicamente al bando de Iancu, quien ganó la guerra contra Vladislav arrebatándole todas sus posesiones en Transilvania. Vlad, que se ofreció al vencedor para reinar en algunos de estos lugares, prometiéndole una “fidelidad inquebrantable”, obtuvo el principado de Velaquia. En 1459 comenzó su sangrienta carrera, la que le hizo ostentar una de las más altas cotas de atrocidades en los anales de la Historia, ordenando empalar a algunos de los rebeldes y quemando a otros. Haciendo alarde de su humor negro, gastó una de sus “bromas” a su gran adversario, Dan Voeivod, haciéndole cavar su propia tumba y asistir a sus funerales para, después, ordenar su decapitación. El sultán Muhammad II, el conquistador de Constantinopla, subestimando la suspicacia de Vlad, le tendió una trampa en la que no calló. Con la aparente intención de solucionar “un pequeño problema fronterizo”, le hizo acudir a Giurgiu, donde le esperaba un destacamiento de tropas ordenado por Hamza Beg. El empalador, imaginándose lo que le esperaba, acudió con un fuerte contingente de caballería. Tras derrotar a los turcos, todos fueron empalados en la capital de Velaquia. Extasiado, acudió a un poblado cercano y, finalmente empaló a 24.000 personas que, además fueron decapitadas para acelerar el recuento. Ante esta masacre, Muhammed II consiguió que Vlad fuese encarcelado durante no más de doce años. En noviembre de 1946, Vlad Tepes consiguió volver a ocupar su trono, pero a las pocas semanas, los turcos le atacaron cuando sólo contaba con una escolta de 200 hombres y acabaron con él. Su cabeza fue mostrada públicamente en Estambul y su cuerpo inhumado en el lago del monasterio de Snagov. Su sucesor fue su hermano Randu, quien reinó en Velaquia hasta 1500. 

El extraño sentido del “humor” de Drácula.

El verdadero drácula no era vampiro ni le espantaba el ajo como al mítico personaje basado en su persona que Bram Stocker inmortalizó en su obra “Drácula”. Aunque el gracejo de Vlad Tepes debía de residir en su prepucio, su gran diversión fue empalar por gusto y amputar orejas, narices manos y pies y arrancar ojos con ganchos con los que gastar “bromas” obsequiando a aquellos con los que tenía una deuda pendiente. Hizo talar todo un bosque convirtiendo cada árbol en una estaca en la que empalar enemigos, pobres, gitanos o a cualquiera, simplemente por aburrimiento para, luego, beberse su sangre sentado ante ellos y envuelto en una áurea de olores putrefactos procedentes de sus víctimas, algunas, empaladas desde hacía meses. Un día, caminando con un monje, éste le dijo que el olor era insoportable desconociendo que su destino sería acabar empalado en la estaca más alta. Una vez ahí, Vlad le preguntó si desde arriba olía mejor. Se calcula que alrededor de 100.000 personas fueron empaladas por Vlad. En prisión, no encontró otra diversión que torturar pájaros y ratones y, a veces, empalarlos con palillos. 

Imposible delinquir en Velaquia 

Sus esfuerzos por acabar con el crimen le llevaron a actuar de la única manera que sabía hacerlo: matando. Conocida la crueldad del empalador, nadie era capaz de faltar a la ley. Los pobres y los gitanos también fueron víctimas de Vlad, ya que, según él no aportaban nada al país sino robos. Invitó a todos los pobres a un gran festín en una de sus casas cerrando todas las puertas. Una vez habían comido, mandó quemar la casa con todos dentro. En cuanto a los gitanos, a los que culpó de la mayoría de los robos y una de las minorías que más odiaba, los reunió a todos y mandó asar a sus líderes. A los demás les propuso tres opciones: comerse a sus líderes, alistarse al frente turco o ser asados. Todos se alistaron al frente turco.


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