miércoles, 11 de abril de 2012

El derecho a cabrearse


Viñeta publicada el 31 de marzo de 2012 en El País. El Roto


"Mira, me enfado -le dijo él-, me enfado siempre, 
y confío en estar enfadado hasta el día de mi muerte"
(Me casé con un comunista, Philip Roth)


Los periódicos amenazan dictadura. Una declaración estúpida, por no decir cínica, hipócrita, tras otra, durante toda la mañana. Agotada, he optado por abrir unas cuantas réplicas de 1936 de Claridad, El telegrama del Riff, Arriba España, Mundo Obrero, ABC y La Vanguardia para ponerme un poco al día. Es increíble cuánto coinciden a veces la historia y la actualidad. Tanto que, si no fuese porque ABC informaba desde los dos bandos y he ido a dar con la versión republicana, habría salido corriendo a comprar medio supermercado por lo que pudiera pasar. La otra edición, ahora única, sigue siendo idéntica. De ahí el susto.

 

Hoy me siento criminal porque me han criminalizado. Nadie promueve una manifestación violenta en una red social, nadie es tan imbécil. La mayoría de manifestaciones que se convocan en este país son pacíficas, pero es inevitable que aparezca algún violento, algún caso aislado, al que se recurre para criminalizar al resto. Los altercados de Barcelona son una excusa de un gobierno que ha encontrado la coartada perfecta para acabar con el derecho de manifestación. Que no nos engañe esta tropa de pre-dictadores: cuando hablan de "convocatoria violenta" e "integración criminal", hablan de salir a la calle con pancartas y hacer un evento en Facebook para ser unos cuantos, para que luego no puedan decir que fuimos cuatro perroflautas, esa palabra que tanto gusta a sus medios afines y cuyo sentido se han encargado de tergiversar a su antojo desde el 15-M.

Soy criminal porque voy a manifestaciones pacíficas con la única finalidad de que mis hijos, el día que los tenga, puedan acudir a un médico cada vez que se caigan jugando en el patio del colegio público. Para que quede un profesor que pueda llevarlos al hospital. Soy criminal porque en ocasiones quedo con mis amigos por Facebook y vuelvo a casa con moratones. Soy criminal, en definitiva, por vivir en este país que criminaliza a sus ciudadanos. Que quiere pisarnos porque del Estado de Bienestar ya no le queda nada que aplastar. Vivo en un país en el que las fuerzas de seguridad matan a un ciudadano por accidente, en el que si hubiese ocurrido al contrario, ese fallo habría sido un acto terrorista, Vivo en un país en el que se crece hacia abajo si eso es posible, en el que la sombra de una dictadura no muy lejana que todavía se respira, planea sobre nuestras cabezas reencarnada en gaviota y amenaza con tocar suelo en cualquier momento. Vivo un un país que nos convierte en delincuentes por salir a la calle a exigir lo que no se otorgó: lo que otros ganaron a fuerza de defendero. Nada de favores. 

¿Sabéis lo que siento? Vergüenza, pena y rabia. Así que sí, puede que sea criminal por ello, puede que sea muy peligrosa, pero lo que me hace peligrosa es que estoy cabreada y, recurriendo a Ira Ringold, aunque no es precisamente un personaje ejemplar en la novela de Philip Roth que citaba al principio: confío en estar cabreada mientras viva. Somos peligrosos porque pensamos, porque nos cabreamos y porque todavía podemos decir que estamos hasta nuestros respectivos y que si nos callan, no dejaremos de cuestionar sus decisiones. Nunca. Mientras estemos vivos. Mientras podamos pensar.


"En la sociedad humana -nos enseña el señor Ringold-, 
el pensar es la mayor transgresión de todas. El pensamiento 
crítico -añadía, golpeando con los nudillos la mesa para 
subrayar cada una de las sílabas- es la subversión definitiva."

(Me casé con un comunista, Philip Roth)

3 comentarios:

  1. Te equivocas. Pensar no es peligroso. Lo peligroso para ellos es que el pensamiento pase a la acción.

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  2. Te doy la razón en lo último, pero el pensamiento no deja de ser el paso previo y eso lo convierte en peligro. Un saludo.

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