En el 'Jardí de la Solidaritat'
las hojas se arremolinan
en un intento colectivo
por enfrentarse al viento.
Aquí las palmeras acarician con su sombra
el espejo que piso.
Aquí las ramas abrazan al tronco
aunque les cueste la caída.
Aquí las nubes sujetan un pedazo de cielo
que amenaza con desplomarse.
Aquí los columpios se balancean
sin nadie que los empuje.
Aquí el suelo amarra nombres ajenos
en corazones de tiza.
Aquí los bancos dan cobijo a culos solitarios
y guardan besos, abrazos, y litronas derramadas.
Pero cuando el frío cese, el sol apriete,
las ganas de llover se esfumen
y el sueño de la siesta venza,
aquí nada se inmutará por nada.
No sé si quien desde otro banco sujetaba el papel higiénico que acababa de comprar vio lo mismo en este jardín ilicitano en el que ocurren cosas curiosas a diario. Sin ir más lejos, esta misma semana, vi como un perro en pleno brote psicótico u orgasmo barría el suelo con el culo para, acto seguido, elevar su escoba y, apoyándose sobre sus dos patas delanteras, hacer un pino muy logrado mientras alguien gritaba "me cago en la puta madre que parió a Falete". Pues sí, abrazase al papel higiénico es lo más normal que aquí puede ocurrir.
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