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| José Ramón es exactamente así. La foto, aquí |
José Ramón campa a sus anchas por el parque de siempre, a la hora de siempre. Es una bola peluda de color canela con ojos de zorro. Lo que llaman Pomerania, Dios me libre del racismo canino. La primera vez que nos encontramos le descubrí inmerso en la noble tarea de barrer el suelo con el culo mientras gemía en una especie de brote psicótico u orgasmo extraño. Acto seguido, elevó su escoba e hizo un pino muy logrado para mi deleite. En encuentros posteriores le he visto hacer el moonwalk, unas veces eufórico, otras con desgana, pero siempre mirándome fijamente a los ojos, como tratando de demostrarme algo. Intuyo que ese animal, al que llamo José Ramón porque siempre he querido tener un perro con nombre humano y compuesto, trata de decirme algo que mis limitaciones humanas me impiden advertir.
Hoy he vuelto al mismo parque y un bulldog francés, al que llamaré Tyson, se ha acercado, ha subido un banco cansado de aguantar culos ajenos sobre el que yo intentaba leer un e-mail y se ha paseado buscando su lugar hasta que ha descubierto mi regazo y ha considerado que sería un buen lugar en el que tumbarse sin pedir permiso. Me preocupaba que su inquietante comportamiento respondiese a dictados fisiológicos: "¿viene a cagarme o a violarme?". Tras un breve tanteo, ha dejado caer todo su peso sobre mis piernas, sobre mi brazo derecho y sobre mi móvil hasta que ha llegado su dueño y le ha espantado a gritos que no he entendido pero él sí. Es uno de esos casos en los que no sabes si el dueño se parece al perro o el perro al amo, pero, de cualquier manera, ambos tenían algo en común con Mick Tyson. Le he dicho que su perro simplemente me estaba utilizando como sofá y, tras responder que no tenía ningún tipo de miramiento, el animal se ha ido sin dejar de mirarme con cara de oficinista antes de almorzar. Lo ha hecho con la impunidad que le otorga su condición de perro sin correa y cara de boxeador. Tampoco me ha dado las gracias.
nadie muere!
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